El vendedor de felicidad recorría los caminos aparentemente menos transitados, donde las multitudes escaseaban al momento, donde una mirada era el anuncio de una oportunidad de descubrimiento, donde un gesto era una confirmación del amor que llevamos dentro. Su tarjeta de visita era la sonrisa, la contraseña por todos validada para que la felicidad fuera manifestada. El vendedor de felicidad no quería contrapartida, pues en el simple hecho de compartir residía. Su gratificación era la felicidad misma, que con amplia generosidad repartía. Sin embargo, las multitudes, de sus amaneceres huían, y parloteando sin parar vivían perdidas. Abarrotadas de conceptos las gentes querían ver, pero, en su noche, la oscuridad les invadía. Aunque el vendedor lleno de ofertas felices por su lado pasará, en su negrura sublime, no veían nada. Y la insensibilidad era tal, que por mucho que el vendedor gritara, sus oídos sordos, cerrados a escuchar estaban. El vendedor supo en todo ello discernir lo que el asunto comunicaba y sabiamente decidió retirarse a aquellos lugares donde la sonrisa, de por sí, abundaba. Así, de esta sutil manera, descubrió la infancia. Y vio como los niños la sonrisa la llevaban incorporada. Nada vendió, pero no hizo falta, pues la felicidad allí estaba multiplicada. Más adelante, con la "edad del júbilo" se encontró. Aquí había menos sonrisas, es verdad, pero las que había emitían una paz inusitada y tenían la capacidad de transmitir todo aquello que, él mismo, con tanto fervor practicaba. Entonces, se dio cuenta también que en ese lugar su venta tampoco era necesaria. Finalmente, se topó con los que adultos a si mismos se llamaban. Estas personas eran los principales integrantes de las multitudes antes mencionadas. Ellas pensaban mucho en la felicidad y cuanto más pensaban más de ella se alejaban. No obstante, algunas de ellas empezaban a descubrir que en la multitud todo se distorsionaba, debido a lo cual empezaron a dejar los caminos atestados para refugiarse en su humilde morada. Allí, en la morada de su corazón, el Amor les hablaba y casi sin darse cuenta en el camino de la sencillez sus pasos se hallaban. Curiosamente, en ese camino el vendedor de felicidad a todas horas estaba y la puerta de la sonrisa se dibujaba en todas las caras. El eco de este esplendor en todos los caminos vibraba y entonces, la felicidad y su vendedor, se volvieron universales, pues todo el mundo reconoció, al fin, que ser feliz era el verdadero estado de su alma.