Existía un país, llamado Amnesia, donde los habitantes habían perdido la memoria de su origen. Esta situación se extendía a lo largo y ancho del territorio de dicho país como si de una epidemia generalizada se tratara. Incluso había lugares donde el grado de afectación se volvía aun más grave si cabe, uno de ellos era la capital, que todo el mundo conocía como la Ciudad del Olvido. En esta ciudad, absolutamente nadie recordaba nada de lo que realmente era. En cambio, se hallaban confusos, malhumorados, distraídos, desconfiados, pues no tenían ni idea de dónde venían y, por supuesto, ni mucho menos adónde se podían dirigir. Todos se conducían sonámbulos en un sin vivir perpetuo que los acomodaba en un miedo del que ni siquiera eran conscientes. Pasaban sus días monótonamente, hipnotizados por palabras vacías que parecían decirlo todo, cuando en realidad no decían nada en absoluto. Estaban embriagados de razonamientos y dialécticas que no les llevaban a ninguna parte más que a perder cualquier atisbo de paz que pudiera someramente subsistir en su ser abandonado. Llenaban su mente de supuestas preocupaciones en lugar de ocuparse de ellos mismos en realidad. El mundo de lo artificial se había hecho el dueño de la capital del país por completo. Todo era banalidad, todo era distracción, todo era entretenimiento, todo era ruido. Las fronteras de esta gran ciudad, como las del propio país, estaban ampliamente vigiladas por fuerzas ignorantes con la total autorización de la ciudadanía. Así, se justificaban, e incluso alentaban, todo tipo de actos invasivos del espacio privativo de cada ser, en pro de una seguridad y protección falsas por completo. Las personas estaban dejando, sin saberlo, de ser personas para convertirse en máquinas, máquinas cuyo combustible principal era el miedo y sus derivados.
En la rutina diaria de este país amnésico abundaban: la distancia, la falta de amor, la exigencia, el control, el juicio, el grito, la exaltación, la violencia. Todo era un claro y fiel reflejo de la consecuencia generalizada que había traído consigo la perdida de memoria originaria en todos y cada uno: la falta de humanidad. El problema era que los engranajes eran tan poderosos, que mientras permanecieras prisionero de las fronteras, que tú mismo alimentabas, de esta gran nación, te sería literalmente imposible volver a ser humano. No quedaba otra opción que salir de allí, porque si permanecías dentro, por mucho que quisieras ver otra cosa no podías hacerlo, pues estabas sometido a la enfermedad desmemoriante.
Algunas personas que empezaban a sentir la sutil robotización de sus expresiones humanas elaboraron planes para huir de Amnesia. Con el tiempo y la paciencia, muchas de ellas empezaron a conseguirlo y vieron claramente desde fuera como, tanto Amnesia como su famosa capital la Ciudad del Olvido, no eran otra cosa que una prisión de máxima seguridad para esclavos ignorantes de su autentica humanidad olvidada. Además lograron difundir cuales eran los medios a emplear para que los muros de esa gran prisión se vinieran cada vez más abajo y los ciudadanos pudieran ser libres de verdad, dejando la ignorancia atrás. La opción era clara, cambiar el combustible por Amor y sus derivados: silencio, recogimiento, respeto, compresión... Pero para que esto pudiera ocurrir de verdad la condición inexcusable era que cada individuo debía tomar la decisión por sí mismo llegado su momento, sólo así llegaría el día en que el gran país llamado Amnesia dejaría de existir.