El espíritu del Amor
llamó a mi puerta
y mi corazón, agradecido,
salió a darle la bienvenida.
Quise decir adiós
pero el sentimiento me poseía,
y aunque intenté marchar
allí mismo permanecía.
Desnudo me quedé,
solté equipajes, papeles,
y hasta familia,
mas todo junto a mí seguía.
La soledad me prestó su manto,
el silencio su cancioncilla,
y yo bailaba y bailaba
la danza de la alegría.
Era un estar sin estado,
el que cada momento sostenía,
la pureza era mi báculo,
la verdad mi compañía.
Dentro de mí estaba el Todo,
la expresión misma de la vida,
el espíritu sincero del amor
me había curado las heridas.
Y así caminaba yo,
sintiendo su huella divina,
porque sabía que era Dios
el que mis pasos conducía.