Cada célula de mi cuerpo
pronuncia tu nombre,
de instante en instante,
mostrando el suave latir
de tu vigorosa presencia.
Es tu sinfonía silenciosa
la que me tiene atrapado
sin remedio.
Los acordes del infinito
no cesan de recordarte,
y el anhelo de ti
es cada día más profundo.
Aprender a escucharte
sin interferencias
es el destino de las notas
que cubren la partitura
de mi vida.
No quiero otra cosa que a ti,
cantar tus alabanzas
en cada corazón
que me brinde tu compañía.
Las trompetas del olvido
han quedado muy atrás,
perdidas en el desierto
de mi antigua ignorancia.
Y ahora,
inundado por las cálidas aguas
de tu poderosa omnipresencia,
la sed ha desaparecido
por completo.
Estoy lleno de ti,
y aun así me faltas.
El día en que deje de llamarte llegará.
Te reconoceré siempre a mi lado,
y habré dejado de ser yo
para ser uno contigo,
por toda la eternidad.