domingo, 22 de septiembre de 2019

El hombre sin palabras

  Érase una vez un hombre que no sabía qué decir. Las palabras se le amontonaban revoltosas en la boca y, si salían, se armaba "la de San Quintín". Algunas eran rápidas, agresivas, pugnando por salir. Querían ser las primeras a toda costa, sin sentido, sin orden, sin pausa en su devenir. Otras rara vez salían, eran extrañas, tímidas, tranquilas, profundas, con contenido y raíz. Este hombre callado era un paria en un mundo de palabras hostil. Había observado que esta enfermedad contagiosa se extendía del uno al otro confín. Todos querían decir algo aunque las palabras no existieran de por sí. Así, caminaban exhaustos de tanto que decían, sin nada que decir. Les faltaba el aire pues la respiración, antes poderosa, no tenía hueco entre tanto desparrame de prisas, y se sentía morir. Las bocas se habían vuelto grandes y tragaban y soltaban sin darse tiempo a digerir. Nuestro hombre, de boca pequeña, era un insulto para muchos que cuando sentían su silencio huían, por miedo a que sus bocas no se volvieran a abrir. Estaba solo, sí, pero era feliz. Él susurraba, cantaba bajito, y su melodía se empezó a expandir. Sentía que hablar poco era la llave para decir mucho y poder de verdad vivir. Ese suave susurro empezó a encantar a muchos y las bocas no tuvieron otro remedio que empezar a cerrarse por fin. En el caminar de la vida la gente de silencio destacaba por todo lo que tenían que decir. Sus palabras, escasas y certeras, jamás se peleaban por salir. Nuestro hombre de no decir nada pasó a decirlo todo y sus palabras, que siempre fueron pocas, eran caricias que gustaba recibir. De paria pasó a maestro, maestro del no decir. Desde entonces, todos hablamos desde el silencio, y cuando el silencio se ha ido, nos callamos, para así poder sin palabras decir: "Querido silencio soy tu amigo. Ven conmigo. Estoy aquí".

viernes, 20 de septiembre de 2019

El multibeso

Ellos los pinceles,
yo soy el lienzo.
Sus besos me pintan 
el rostro de cielo.
Estoy en las nubes
aunque esté durmiendo.
Su amor me regala
el arte en un gesto.
Todas las mañanas
finjo estar despierto.
Abro los ojos en sueños,
la veo sin miramientos.
Así la recibo siempre
esperando mi multibeso.


jueves, 12 de septiembre de 2019

Me acostumbré

Me acostumbré
a pisar las huellas de tus pasos
con el molde de mis pies desenfocados
sin ir a ningún lado.

Me acostumbré
a caminar despacio,
lento y sosegado,
para disfrutar del tiempo y el espacio,
a tu lado.

Me acostumbré
a llevar maletas de recuerdo
en los viajes de olvido que hago contigo,
para que en las mañanas de tus noches 
me tengas siempre presente.

Me acostumbré
a pasear por el alambre de la incertidumbre
con la barra de equilibrios de tus pecados,
para que el precipicio de la vida no me arrastrara.

Me acostumbré
a ver amaneceres en tus ojos,
cuando la luz del alba de los míos está de rebajas,
y así poder observar juntos lo increíble.

Me acostumbré
a seguir la sombra de tus sonrisas
para fabricar la alegría de tu rostro
en cada uno de mis gestos acompañados.

Me acostumbré
a visitarte de madrugada,
a oscuras y en secreto,
para descubrir que tus encantos
siempre traen luz a mi cuerpo apagado.

Me acostumbré
a tantas cosas contigo
que si no me desacostumbro
jamás seré yo mismo.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Los hombres medicina

  En un lugar perdido tras el horizonte de la ignorancia el sol de la sabiduría estaba dispuesto a salir y demostrar que sus rayos estaban allí para iluminarnos a todos. Ese lugar podría ser cualquiera. Tu pueblo, tu ciudad o quizás tu aldea, todos los lugares parecen ser iguales cuando los amaneceres desgastados por los juicios vanos de la inconsciencia dominan toda perspectiva de autoobservación. Es una oscuridad oblicua, latente, que lo puebla todo y que disfrazada con el traje de lo cotidiano se adueña de ti, de tu hermosura, de tu belleza, de tu creatividad, de lo que te hace ser único sin separarte de la Unidad. Así, sin apenas darnos cuenta, andamos todos apagados, con las luces de nuestro corazón en modo bajo consumo, buscando aspavientos para encender una llama que jamás se ha apagado y jamás se apagará. Nos hacemos compañeros de la dificultad para seguir viendo lo natural como lejano y, con la excusa del esfuerzo, creernos libres por habernos trabajado más que el de al lado. Las ataduras de los conceptos nos poseen, nos encadenan: ¿me perdono? ¿me doy permiso? ¿me das permiso? ¿me caso conmigo? ¿me propongo ser adulto? Hacedlo como queráis, como más os guste, estáis destinados a Ser lo que ya sois, eso sí, con plena libertad y consciencia.

  En ese lugar perdido tras el horizonte son los niños (cuando se les deja ser niños) los que tienen mayor capacidad de ver la realidad que a nosotros se nos difumina tras ese horizonte ignorante. Y, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones pretendemos darles lecciones de una vida que desconocemos casi por completo. Ellos ven más allá, aprendamos de nuestros niños. Los animales ven más allá, aprendamos de nuestros animales. Todos ellos sienten la verdad y la viven sin más, hasta que se les enseña que la verdad es mentira.

  Un día nosotros seremos esos niños y entonces veremos llegar a nuestra aldea nuevos hombres con corazones de luz amando a plena potencia. Esa potencia reverberará en nosotros, hará que ese horizonte ignorante que nos tenía tan apagados desaparezca por completo. Todo será luz y la única oscuridad que existirá en nuestro mundo será la de la noche acogedora que nos abrace con su manto de estrellas.

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