bajo el somier viviente
de un esqueleto
que no sabe de su existencia.
El clamor de los vencidos
no tiene fuerza suficiente
para que el amanecer
despierte con su luz apagada
los enigmas ocultos
del ser humano que te habita.
Y así, mientras tanto,
el ritmo alterado de la noche
lo envuelve todo.
El traje invisible de los desmanes
es el único que el tejedor de tus sueños
se atreve a recrear.
Y sigues dormido,
plácidamente dormido.
Atiborrado de informaciones
que no te dicen nada
sigues sin ser capaz
de articular otra palabra
que no sea la dictada por lo establecido.
Te conviertes en el pregonero de voces sin vida,
que utilizando maneras ostentosas
han conquistado tu mente,
tu alma, tu corazón.
Y sigues dormido,
plácidamente dormido.
El despertador de tu consciencia
se ha quedado sin baterías
y no sabe donde recargarse.
Seducido por la electricidad de lo olvidado
acudes allí, donde la masa despavorida
busca calmar sus inquietudes.
Y sigues dormido,
plácidamente dormido.
Hasta que un día te das cuenta
que es tu ruido el que no te deja despertar
y decides apagarte.
Abandonado en el silencio de ti mismo
te descubres despierto.
Despierto para verte.
Despierto para escucharte.
Despierto para amarte.
A partir de ese momento,
tus baterías se vuelven autorecargables,
tus energías inagotables,
y el dormir es sueño.
Juan, insuperable cada día escribes mejor.
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