Yo tal vez no seré, tal vez no pude,
no fui, no vi, no estoy:
¿Qué es esto? ¿Y en qué junio, en qué madera
crecí hasta ahora, continué naciendo?
No crecí, no crecí, ¿seguí muriendo?
Yo repetí en las puertas
el sonido del mar,
de las campanas.
Yo pregunté por mí, con embeleso
(con ansiedad más tarde),
con cascabel, con agua,
con dulzura:
siempre llegaba tarde.
Ya estaba lejos mi anterioridad,
ya no me respondía yo a mí mismo,
me había ido muchas veces yo.
Y fui a la próxima casa,
a la próxima mujer,
a todas partes
a preguntar por mí, por ti, por todos:
y donde yo no estaba ya no estaban,
todo estaba vacío
porque sencillamente no era hoy,
era mañana.
¿Por qué buscar en vano
en cada puerta en que no existiremos
porque no hemos llegado todavía?
Así fue como supe
que yo era exactamente como tú
y como todo el mundo.
Pablo Neruda
domingo, 20 de octubre de 2019
viernes, 18 de octubre de 2019
Vengo, voy y vengo
Los que sabemos que la consciencia está en todas partes no podemos evitar hacernos eco, al menos de vez en cuando, de las inmensas manifestaciones de amor que el estar en su sintonía provoca. En dicho estado, la creatividad fluye con la sencillez de lo bello y la hermosura del Ser sale a relucir, para que aquellos que son capaces de mirarse a sí mismos viendo a los demás, puedan abrazarla.
Es el caso de esta poderosa canción de Antonio Zambujo y Mon Laferte, que nos dice:"...soy todo aquello que no puedo llamar mío" ; "...soy mucho menos lo que sé que lo que siento". Pura entrega con el desapego como instrumento para dejar atrás el ego. Aquí os comparto, con todo mi amor, esta joya, salida de la mano de Jorge Drexler.
lunes, 14 de octubre de 2019
El Don nadie
Había un señor que en el discurrir de la vida perdió su nombre. En una esquina se le quedó enganchado y cuando volvió a buscarlo se lo habían llevado. Desde entonces pasó a ser un "no identificado". Nadie sabía como llamarle y en su silencio seguía buscando. Ni siquiera él se atrevía a llamarse no fuera a ser que algún nombre equivocado le cayera de lo alto. Este hombre, a quien nadie sabía dirigirse, siguió, no obstante, caminando. Visitó lugares que jamás hubiera imaginado pues la invisibilidad de no ser nombrado le servía para pasar sin alterar los pasos. Esto hizo que algo en su porte fuera cambiando. Las personas lo miraban, sentían un sentir extraño. Ese hombre, sin hablar, les decía todo lo que estaban pensando. Era como mirarse a uno mismo en alguien que parecía estar en todos lados. A partir de dicho momento, se corrió la voz. Las gentes lo seguían como a un santo. Y de no ser nadie, paso a ser Don, pues su nombre en una esquina se perdió enganchado.
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