Había un señor que en el discurrir de la vida perdió su nombre. En una esquina se le quedó enganchado y cuando volvió a buscarlo se lo habían llevado. Desde entonces pasó a ser un "no identificado". Nadie sabía como llamarle y en su silencio seguía buscando. Ni siquiera él se atrevía a llamarse no fuera a ser que algún nombre equivocado le cayera de lo alto. Este hombre, a quien nadie sabía dirigirse, siguió, no obstante, caminando. Visitó lugares que jamás hubiera imaginado pues la invisibilidad de no ser nombrado le servía para pasar sin alterar los pasos. Esto hizo que algo en su porte fuera cambiando. Las personas lo miraban, sentían un sentir extraño. Ese hombre, sin hablar, les decía todo lo que estaban pensando. Era como mirarse a uno mismo en alguien que parecía estar en todos lados. A partir de dicho momento, se corrió la voz. Las gentes lo seguían como a un santo. Y de no ser nadie, paso a ser Don, pues su nombre en una esquina se perdió enganchado.
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