En estos días de obligado confinamiento una de las grandes muestras que nos trae la vida es que somos absolutamente prescindibles. Sí, queridos hermanos, la vida sigue imperturbable en su devenir, sin que nuestra pequeña ausencia le suponga ningún inconveniente, sino más bien todo lo contrario. La Madre Tierra continua su movimiento evolutivo con la primavera como protagonista, las plantas, los animales, continuan viviendo el regalo de la existencia como si nada de esto tuviera que ver con ellos. Y, aunque esto, de hecho, así sea, lo cierto es que al estar todos unidos, al formar parte de la misma madre, al ser componentes celulares del mismo organismo, nuestro azulado planeta, saben de nuestro proceso, saben de nuestra ausencia, y muy posiblemente están más cerca del por qué que muchos de nosotros.
Esta experiencia de retiro saca a la palestra el desajuste vital al que nos hemos encadenado. Aún estando recogidos, a la mayoría de las personas les cuesta demasiado prescindir del ruido ostentoso al que la cotidianidad recreada les tenía enganchados. Ruidos y más ruidos que ocultan una incapacidad bien arraigada que nos impide escucharnos con premeditación y alevosía. Dispersión, sobreexcitación, sobredesinformación, solidaridarismo exarcebado, y más y más y más...mecanismos indirectos o directos de huida del estar contigo, del estar en silencio, del estar en paz. No obstante, muchos de estos actos están llevados por la comprensión, por la empatía, por la compasión, dando así brillo a un corazón humano apagado por la inconsciente pared del sueño, el sueño del estar dormido, de vivir con el piloto automático, de vivir sin vida, de estar muerto, sin saberlo siquiera. Por ello, por todo ello, hay que dar gracias, gracias al regalo que nos obliga a detenernos, que nos obliga a mirarnos, que nos da la oportunidad de estar realmente vivos, fundidos con la vida.
El covid-19 es una gran oportunidad, un regalo, es la misma vida hablándonos con las luces de emergencia encendidas. La vida, la tierra, la naturaleza, la esencia, nos hablan claramente y a la cara para que nos atrevamos a cambiar una trayectoria que sólo tendría como posible destino nuestra extinción, si siguiéramos en esta tesitura. Es cierto, que muchas personas lo están pasando mal, es cierto que muchas otras están dejando este mundo, pero, queridos hermanos, nada de esto es casual. Cada alma que se va decide el cómo, el dónde, y el cuando ha de partir. Grandes acontecimientos de apariencia traumática son, en lo profundo, faros de luz para la transformación, y este ya famoso virus, también lo es.
Así que, queridos hermanos, la Madre Tierra ya ha movido ficha y esta será posiblemente una de muchas otras que están por venir. En nosotros y sólo en nosotros, como colectivo humanidad que somos, está ahora el turno, ahora nos toca mover, estamos jugando nuestra partida, debemos estar atentos, interiorizar, reflexionar, ser coherentes de palabra y obra, para que nuestro movimiento sea uno, para que esté en sintonía con lo creado, para que seamos lo que realmente somos, Dioses en vida, y finalmente sepamos lo que es vivir de verdad. Entonces no existirá la muerte porque sabremos y experimentaremos que todo es vida. Y esto, queridos, no está tan lejos de producirse, cuando abandonéis el ruido y os entreguéis al silencio y el amor de vuestro Ser, os daréis cuenta que ahí está, ahí al lado, al alcance de vuestra vista, a la vuelta de la esquina de la existencia.
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