No puedo moverme sin ti,
Amado mío.
Te busco en los recovecos
de mis pensamientos silenciados
por el atisbo de tu Presencia.
Voy tras los pasos cautelosos
de las ideas sencillas
que intentan describirte.
Intento movilizar mi cuerpo
bajo las sutiles ordenes
de tu divino mandamiento.
Me nutro de tu palabra impronunciable,
hablada por las bocas calladas
que no pretenden decirme nada.
Viajo al interior de los corazones
sedientos del agua purificadora
del manantial de tu Fuente inagotable.
Me alumbro con la luz sanadora
del sol de tu bienaventuranza
sin que la sombra me perturbe.
Y aun así, después de todo,
sigo aquí, parado, viéndote venir,
porque como ya te dije antes,
no puedo moverme sin ti.
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