Un niño que quería ser sincero
encontró una caja mágica
en el fondo de un trastero.
Primero preguntó si existía el cielo,
y la caja sonrío con esmero.
Cuando quiso preguntar si el infierno era cuento,
la caja, sin dudar, se tragó aquel engendro.
El niño estaba contento
y se puso a jugar
sobre lo que de verdad era cierto.
Por todas partes empezó a preguntar,
sin orden ni concierto.
Sentimientos, situaciones, pensamientos,
cualquier cosa era digna de su experimento.
La caja tragaba y tragaba,
todo parecían mentiras
en este mundo perfecto.
Los mayores decían tenerlo controlado
pero, en realidad, todo era un invento.
La caja de tanto tragar
estaba engordando por momentos
y su peso era ya molesto.
El niño quería un mundo de sinceridad
y decidió que callar
era la mejor manera de obtenerlo,
así hablaría desde dentro.
Se dedicó a abrazar,
en silencio, sin condiciones,
a corazón abierto.
La caja se fue vaciando,
se quedó hambrienta de sucesos,
y no volvió a pesar nunca más,
pues el niño que decía la verdad
le puso el candado del amor sincero.
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