Un conocido sabio de la antiguedad, llamado Sócrates, nos legó para la historia aquella famosa frase: "Sólo sé que no sé nada". Interesante mensaje éste, que nos lleva a la siguiente reflexión: ¿Este gran filósofo planteaba dicha afirmación como punto de partida o, más bien, como conclusión determinada por sus experiencias? Si nos centramos en lo básico, podemos concluir que tan sólo hay una cosa que es realmente cierta: que estamos, aquí y ahora, viviendo este preciso momento decidiendo vivirlo a medida que transcurre, todo lo demás son añadidos que pueden llegar a contaminar dicha certeza. Cuando Socrates, reconocido sabio y filósofo griego, utiliza esta frase se está refiriendo a la incertidumbre.
La incertidumbre se basa en que no se puede dar nada por cierto a un nivel absoluto, pero, en cierto modo, por la ley de los opuestos nos encamina hacia lo único cierto, el momento presente, la esencia sublime que todo lo invade, que todo lo llena, que todo Es. Incluso nos está marcando un camino, el camino del Ser. Cuando nos situamos en ese estado natural inalterable un vacío de paz vibrante nos llena y nos comunica que eso es lo que somos, que ese es nuestro hogar. Desde ahí se nos anima a estar atentos para conducir nuestros pasos por la senda de la plena aceptación. Ahí no hay conflictos, no hay proyecciones, no hay divisiones, tan sólo hay lo que siempre ha habido y siempre habrá: Amor.
Por tanto, debemos estar atentos para verificar que nuestros actos parten de ese silencio, de esa paz, ausente de todo lo que no es real, plenamente presente en lo que se Es. Entonces, nos encontraremos ligeros, libres, y más que necesitar nos sobraran cosas, nuestra abundancia nos llevará a un ofrecimiento calmado, tránquilo, natural. Si por algún motivo no es así y la intranquilidad subyace en lo profundo de nuestras acciones, será la señal de que aun estamos dominados por el miedo, de que nuestro ofrecimiento no es otra cosa que la expresión viva de nuestra carencia, y más que dando, sin saberlo, estaremos tomando. Podrá parecer, sobre todo en los primeros pasos, que es un imposible llegar a esa paz silenciosa que nos llama en cada latido de nuestro corazón, en cada respiración de vida, pero con la confianza como instrumento os daréis cuenta como todo se facilita, se sueltan lastres y empezamos a navegar arrastrados por la calma que el viento de lo creado nos manifiesta.
Se perderá el miedo a la muerte, pues sabremos y experienciaremos que no hay nada que no sea vida. Se vivirá en plenitud, pues la vida y nosotros seremos Uno en consciencia, y no habrá nada que cambiar, nada que enfrentar, nada que etiquetar. Todo será acierto, todo será gozo. Muchos dirán que esto es una utopía propia de los mundos de fantasía de los cuentos infantiles. No obstante, lo sepamos o no, somos dueños de nuestro instante. Y el goce de vivir lo que realmente somos está aquí, nos acompaña, nos acoge, nos enseña. Situémonos ahí, no existe otro sitio real, lo demás son decorados que vienen y van. Así, a medida que lo consigamos, seremos lo dueños absolutos de la gran obra, nuestra obra. Por ello tenemos un arduo trabajo que nos invita a soltar identificaciones, esa multitud de disfraces que de tanto ponernoslos están rotos por dentro, pero con los que aun vivimos y pretendemos arreglar lo que no necesita de ningún arreglo. Atrévete a quedarte desnudo de verdad y te darás cuenta de que nunca te has ido del paraiso. Entonces, y sólo entonces, no sabrás nada, y lo sabrás todo, al mismo tiempo.
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