Una pequeña ola
se había quedado sola
en lo profundo del mar.
Sus hermanas, las otras olas,
habían abandonado el lugar.
Ella, desesperada,
no sabía dónde buscar.
Al fondo todo era horizonte,
la inmensidad del mar,
todo era agua, sin aparente final.
La ola, en su ignorancia,
no se daba cuenta de la verdad,
que ella era agua,
que ella era mar.
Hipnotizada por las alturas
y las crestas de espuma
de su aparente navegar,
seguía buscando olas,
sin ver la realidad,
creía que estaba perdida
en medio del mar.
Angustiada pedía socorro,
una orilla en qué descansar,
pero rodeada de su agua
solo podía esperar.
Cambió entonces de estrategia,
decidió fundirse con el mar,
perderse en la infinita presencia
de su insondable profundidad.
De repente, encontró a sus hermanas,
las orillas y hasta la tempestad,
porque por mucho que se creyera ola,
siempre iba a ser mar.