martes, 1 de mayo de 2018

Al que fue crucificado

Mi espíritu se dirige al tuyo, querido hermano.
No te inquietes porque muchos de los que pronuncian tu nombre no te entiendan.
Yo no pronuncio tu nombre, pero te entiendo.
Te señalo con alegría, oh, camarada, y te saludo, y saludo a cuantos han estado y están contigo, y también a los que vendrán, para que todos trabajemos juntos y transmitamos la misma carga y la misma herencia,
nosotros, pocos e iguales, indiferentes a los territorios, indiferentes a las épocas,
nosotros, que abarcamos todos los continentes, todas las castas, que permitimos todas las teologías,
compasivos, perceptivos, vínculo de los hombres,
caminamos en silencio entre disputas y afirmaciones, pero no rechazamos a los que disputan, ni nada de lo afirmado;
oímos el griterío, el estruendo; nos llegan de todas partes las discordias, las rivalidades, las recriminaciones:
se echan perentoriamente sobre nosotros y nos acorralan, camarada,
pero nos desasimos, y recorremos, en libertad, todos los caminos de la tierra, en todas las direcciones, hasta inscribir nuestra marca imborrable en el tiempo, en las diversas épocas, hasta saturar el tiempo y las épocas, para que los hombres y mujeres de las razas y edades futuras sean hermanos y amantes, como lo somos nosotros.

(Walt Whitman. Riachuelos de otoño, de su libro Hojas de Hierba.)

Walt Whitman - George Collins Cox.jpg

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