Este mundo es un carnaval donde todos caminamos disfrazados. Pueden existir muchos disfraces, de variados coloridos y amplios ropajes, pero al final, si se mira auténticamente, sólo llevamos un traje, el traje de la creencia. Con este disfraz nos identificamos, a través de él nos mostramos, nos relacionamos, diciéndonos lo que sí, lo que no, lo que es bueno, malo, lo que hay que hacer en esta vida para sentirse mejor, para ser un triunfador. El espectáculo público está garantizado en el programa del buen ciudadano. Con una sarta de mentiras te tienen anestesiado y tú, que no ves más allá, debajo de tu traje sigues atrapado.
También puedes optar por darle la vuelta y ponértelo del revés, pero sigue siendo tu disfraz de borrego amaestrado. Creerás ir a la contra, con la medalla de rebelde en tu pecho de soldado, luchando contra un sistema que sin querer estás alimentando. En un conflicto siempre hay dos bandos y si te sitúas en uno al otro estarás llamando. Es tu opción, respetable pero en vano. La lucha nunca acabará porque tu disfraz es un combustible demasiado caro.
Al final aceptarás, comprenderás que la vida es un bálsamo, y que si te entregas a su bienestar la felicidad te estará esperando. Te dedicarás a construir con el material del amor que te llenará por todos lados. Y cuando te mires en el espejo de los demás verás que el disfraz en el perchero del olvido quedó colgado. Iras desnudo, sin nada que ocultar, sin creencias, sin dogmatismos, sin parafernalias ni aditamentos extraños. Todo sencillo, gozoso, en paz. Tu mundo será lo Real. Y aunque a tu alrededor el carnaval te quiera seguir disfrazando, ya no existirá disfraz, pues tu corazón habrá tomado el mando.
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