El verdadero nombre del virus pandémico que asola a la humanidad desde hace eones es Miedo. A partir de este germen originario, el virus, se multiplica de manera exponencial y cual "hidra de Lerna" se extiende como el monstruo que es. Un monstruo de infinitos tentáculos, que, al igual que el mencionado de la mitología griega, si le cortas una cabeza aparecen dos en su lugar. El veneno de este miedo es tan poderoso que ciega a todo aquel que se ve invadido por su presencia, llevándolo, inexorablemente, a no ver nada que no sirva más que para su propio alimento, para su propia justificación. Así, la enfermedad avanza retroalimentándose, disfrazando la realidad con falsos argumentos de muy diversa índole. Su desarrollo está tan avanzado que incluso se pone los disfraces de la salud, de la seguridad, de la solidaridad, pero, una vez más, todo es un engaño. Una densa niebla nos rodea y no nos deja ver más allá de nuestras narices. Entonces, de repente, todo se nos ha vuelto oscuro, tenebroso, peligroso. Necesitamos protegernos y demandamos a otros que nos ofrezcan dicha protección, cuando estos, aquellos a los que acudimos para satisfacer nuestra demanda, forman parte de la misma enfermedad que nos aqueja. Es como querer salvarte de los efectos de un veneno inyectándote más veneno, sin haberlo comprobado siquiera, tan sólo, porque otros te han programado con una dislexia permanente, y, donde pone veneno, tú lees antídoto.
Este virus, llamado Miedo, tiene sus síntomas, pero tú no los ves. Lleva tanto tiempo contigo, estás tan acostumbrado a su presencia, que ni siquiera lo notas, porque te está consumiendo de tal modo que ya forma parte indisoluble de ti. No sabes vivir sin miedo. Y todo, absolutamente todo lo que observas, lo ves desde la pantalla de su infección. El resultado de todo ello es que los síntomas te devoran. Tus pensamientos y emociones son prisioneros de la catástrofe y el drama. Y quieres más y más y más. Y cuando no tienes suficiente con los tuyos acudes a alimentarte del drama de los demás. De manera automática pones en los altares de tu sistema de creencias todo acontecimiento, inventado o no, que alimente ese ansia devoradora que concibe la vida como una eterna sucesión de calamidades. La "caja tonta" y sus tecnologías complementarias se han convertido en los verdaderos dioses de tu existencia cotidiana. Instrumentos más que contrastados para cerrarte los ojos a lo real, distraerte en una amalgama de banalidades y seguir aumentando tu ceguera. Estás herido de inconsciencia y llevas toda la vida desangrándote. Estás dormido. Estás muerto.
Lo que no sabes es que tu naturaleza es mucho más fuerte que tú. Que por mucho que te empeñes en ser lo que no eres vas a acabar siéndolo. Que dentro de ti existe una vida que rompe cualquier esquema que te puedas imaginar. Que no tienes fin ni principio. Que siempre has existido y siempre existirás. Que la muerte es una ilusión. Y que tanto tú, como yo, como cualquiera de nuestros compañeros de viaje, somos parte de la gracia infinita del Padre. Somos células de su cuerpo universal. Y, por tanto, estamos destinados a fundirnos con él, nuestro auténtico origen y destino, más allá del tiempo y el espacio.
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