Una gota de infinito
decidió hacer turismo
y el universo ilimitado
le dio cobijo.
Recorrió galaxias,
firmamentos, constelaciones,
sin previo aviso,
y todo lo que vio
lo había ya visto,
en su interior estaba escrito.
Un día se encontró
una tormenta en un abismo,
en ella se atrapó,
llevándola al vacío.
Y allí, en su inmensidad,
descubrió un planeta pequeñito,
poblado de gotas
que se creían dios mismo.
Vivían separadas,
en la ilusión de lo finito,
sin llegar a conocerse,
perdidas en el camino.
La gota se quedó,
su eternidad aposentó
en cada individuo,
dándonos así oportunidad
de reconocernos dioses vivos,
donde la separación
dejó de tener sentido.
jueves, 16 de febrero de 2017
jueves, 2 de febrero de 2017
Musa
Lo escribí hace un par de semanas cuando, inmerso en el miércoles más frio del invierno, caminaba en soledad por calles nocturnas que me abrigaban en el sol de mi presencia. Aquí y ahora con vosotros lo comparto.
Sus dos ojos miran mi ausencia
rescatando del olvido
caminos intransitables.
Su nariz respira mi aliento
y perfuma el aire
llenando de aromas la superficie
por mis pulmones abarcada.
Su boca,
firme ladrona de mis besos,
me convierte en delincuente
con sólo rozarme sus labios.
Su cuello,
se yergue firmemente seguro,
enredándose en el mío
para no tener fin ni principio.
Su pecho,
refugio de mis andanzas,
invita al recogimiento perpetuo,
abrazado por dos colinas palpitantes.
Su vientre,
me lleva a la locura
de saberme el loco más cuerdo,
teniendo el mundo por montera.
Y más abajo...
me pierdo.
Me encuentro perdido
y perdido me encuentro,
para, una vez rendido,
reconocerme en su infinitud,
donde no existen los límites.
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