Quiero hablar
pero no me sale.
El silencio ha tomado por asalto
el castillo de mis palabras
y no me deja decir nada.
En sus campos vacíos de ruido
planto la semilla de mi discernimiento.
La memoria real,
escondida tras olvidos pasajeros,
decide ser protagonista,
y la verdad sale despavorida
ansiosa de ser reconocida
por los corazones anhelantes.
El pensamiento desaparece
y el mensaje,
amplificado por el eco de Dios
en tu voz callada,
es entendido en un instante,
pues no necesita traducciones.
Entonces, y sólo entonces,
puedo hablar de nuevo.