martes, 20 de julio de 2021

El miedo a morir

  El verdadero nombre del virus pandémico que asola a la humanidad desde hace eones es Miedo. A partir de este germen originario, el virus, se multiplica de manera exponencial y cual "hidra de Lerna" se extiende como el monstruo que es. Un monstruo de infinitos tentáculos, que, al igual que el mencionado de la mitología griega, si le cortas una cabeza aparecen dos en su lugar. El veneno de este miedo es tan poderoso que ciega a todo aquel que se ve invadido por su presencia, llevándolo, inexorablemente, a no ver nada que no sirva más que para su propio alimento, para su propia justificación. Así, la enfermedad avanza retroalimentándose, disfrazando la realidad con falsos argumentos de muy diversa índole. Su desarrollo está tan avanzado que incluso se pone los disfraces de la salud, de la seguridad, de la solidaridad, pero, una vez más, todo es un engaño. Una densa niebla nos rodea y no nos deja ver más allá de nuestras narices. Entonces, de repente, todo se nos ha vuelto oscuro, tenebroso, peligroso. Necesitamos protegernos y demandamos a otros que nos ofrezcan dicha protección, cuando estos, aquellos a los que acudimos para satisfacer nuestra demanda, forman parte de la misma enfermedad que nos aqueja. Es como querer salvarte de los efectos de un veneno inyectándote más veneno, sin haberlo comprobado siquiera, tan sólo, porque otros te han programado con una dislexia permanente, y, donde pone veneno, tú lees antídoto.

  Este virus, llamado Miedo, tiene sus síntomas, pero tú no los ves. Lleva tanto tiempo contigo, estás tan acostumbrado a su presencia, que ni siquiera lo notas, porque te está consumiendo de tal modo que ya forma parte indisoluble de ti. No sabes vivir sin miedo. Y todo, absolutamente todo lo que observas, lo ves desde la pantalla de su infección. El resultado de todo ello es que los síntomas te devoran. Tus pensamientos y emociones son prisioneros de la catástrofe y el drama. Y quieres más y más y más. Y cuando no tienes suficiente con los tuyos acudes a alimentarte del drama de los demás. De manera automática pones en los altares de tu sistema de creencias todo acontecimiento, inventado o no, que alimente ese ansia devoradora que concibe la vida como una eterna sucesión de calamidades. La "caja tonta" y sus tecnologías complementarias se han convertido en los verdaderos dioses de tu existencia cotidiana. Instrumentos más que contrastados para cerrarte los ojos a lo real, distraerte en una amalgama de banalidades y seguir aumentando tu ceguera. Estás herido de inconsciencia y llevas toda la vida desangrándote. Estás dormido. Estás muerto.

  Lo que no sabes es que tu naturaleza es mucho más fuerte que tú. Que por mucho que te empeñes en ser lo que no eres vas a acabar siéndolo. Que dentro de ti existe una vida que rompe cualquier esquema que te puedas imaginar. Que no tienes fin ni principio. Que siempre has existido y siempre existirás. Que la muerte es una ilusión. Y que tanto tú, como yo, como cualquiera de nuestros compañeros de viaje, somos parte de la gracia infinita del Padre. Somos células de su cuerpo universal. Y, por tanto, estamos destinados a fundirnos con él, nuestro auténtico origen y destino, más allá del tiempo y el espacio. 

lunes, 19 de julio de 2021

Eternamente hoy

En tu interior,
hay una mañana,
esperando amanecer cada día
con el brillo de tu corazón.

En las alturas de tu Ser,
hay un mediodía resplandeciente,
llenando con la luz de tu alma
la cumbre de tus sueños.

Al atardecer,
un cálido abrazo te adormece,
llenando de ternura insensata
la apertura de tus sentidos.

Y en la noche,
en la oscura y temida noche,
inicias el camino de regreso
hacia el hogar del reencuentro,
donde el bendito
sabe ya de tu llegada.












martes, 13 de julio de 2021

El Juicio Final

 Llegó el día del juicio final.

El último día que me juzgué a mi misma.

El último día que me reproché por hacer las cosas mal.

Mi juicio final llegó y con él también dejé de juzgar a los demás.

Les permití ser y comencé a aceptarlos tal y como son.

Ese día que dejé de juzgar, también me aprendí a amar.

Aprendí a aceptar el momento en el que estoy, las decisiones que tomo y las que dejo de tomar.

Comencé a aceptar el ritmo que llevo, con mis virtudes y defectos, porque entendí que los defectos son solo creaciones aprendidas, transmitidas por los maestros que he tenido en vida.

Mi juicio final llegó y con él me inundó la tranquilidad, porque ya no hay bien o mal, cuando todo lo que hago me lleva al mismo lugar.

Un lugar de expansión constante donde a cada instante aprendo a conocerme mejor transitando esta experiencia a la que llamamos vida.

Ese día entendí que el juicio final al que siempre le había temido, no era más que un encuentro cara a cara con mi propio juez, ese tirano insaciable que ha estado en mis adentros desde que la razón tocó mi puerta.

Porque si Dios es amor, verdad y vida, no hay juicio que encaje en su definición.

El juez estaba en mi y yo aún no lo veía.

Mi juicio final llegó.

El último día que me juzgué.

El último día que me recriminé.

El primer día que me acepté.

El primer día que verdaderamente me amé.

Autora: Jaizel

El Juicio Final - La Impermanente