Hace ya un tiempo, allá por el 2010, tuve una experiencia significativa que no ha hecho sino confirmarse con el paso de los años. Transcurría el terremoto de Haití y entré en meditación con el propósito de trasladarme y ayudar en lo posible en un acontecimiento que a mi mente se le antojaba dramático. El resultado fue algo totalmente opuesto a lo que mi mente había proyectado sobre la situación. Al llegar allí me encontré rodeado de luz por todas partes, una luz intensa, y de otras energías que, como yo, estaban prestando una labor de servicio al momento. Energías todas ellas muy luminosas y con una gran cantidad de amor en sí mismas. Así que no me quedó otra que incorporarme a dicho servicio y dejarme llevar sin más. Había una especie de gran túnel de luz que conectaba cielo y tierra por donde las almas de los fallecidos subían raudas, como si de un inmenso ascensor divino se tratara. El caso es, que estas almas que desencarnaban, lo hacían todas con una sonrisa, con agradecimiento, felices. Ya os podéis figurar donde habían quedado, ya por entonces, las proyecciones de drama, de necesidad, de catástrofe, con las que mi mente había calificado de antemano el asunto. En conclusión, nada, absolutamente nada, es lo que aparentemente parece, pues lo aparente forma parte de la apariencia, no de la realidad.
A través de los años de vida y experiencias esta conclusión no ha hecho más que confirmarse. Y llegamos aquí, ahora, a nuestro presente, donde nos vemos embarcados, aparentemente, en una travesía de características dramáticas, para muchos apocalípticas incluso. ¿Es esto real? ¿Se están marchando tantas almas como dicen? ¿Se marchan estás almas con pena? ¿De quién es la responsabilidad de esta marcha?
La cuestión es la siguiente: como en los casos anteriormente nombrados convendría aventurarse a descorrer el velo y atreverse a descubrir, cada uno en la medida de sus posibilidades, la realidad. Para ello, es condición indispensable desprenderse de paradigmas limitantes que tienen su origen en el inmenso miedo que en ti reside.
Las almas que se marchan, todas y cada una, se marchan porque así lo han decidido. Lo deciden ellas no tú. La responsabilidad es suya no tuya. ¿Quién te crees que eres para "hacerte responsable" de la vida de otro? ¿Crees realmente que tú decides sobre el momento de marcharse de otra alma que no sea la tuya propia? Al igual que decidimos cómo, cuando, y de qué manera venimos a este mundo, decidimos cómo marcharnos. Estamos ciegos si pensamos que somos los dueños de los designios de la vida de otro. Estamos para aportarnos, para acompañarnos, para guiarnos, pero la decisión, sea la que sea, es de cada uno. Así que, por favor, intentémoslo, seamos humildes para compartir desde el lugar donde cada uno se encuentre. Llevemos la plena aceptación de cada momento que se vive como bandera en nuestra existencia. Entonces la libertad, la auténtica libertad que es la total ausencia de miedos, se manifestará. Dejaremos de elucubrar, de enredarnos en ruidos sin fin que no llevan a ninguna parte, de juzgar a los demás, y cuando hablemos, será siempre desde esa paz infinita que todos llevamos dentro y que estamos destinados a descubrir.