La humanidad, en su mayoría, perdida en sus diatribas, aun no reconoce el inmenso poder de la intención. Cuando se está severamente invadido por los sistemas de creencias la intención primigenia se contamina, se dispersa, se vuelve voluble, tremendamente influenciable por las vaivenes de la circunstancia externa que la experiencia determine vivir. Desde el mismo origen de lo creado, cuando la mente eterna e inmutable que es Dios decidió volcarse sobre sí para experimentar la vida en todas sus manifestaciones, desde ese eterno momento, la intención pura se erigió como el auténtico y verdadero poder creador que es. Por lo tanto, en cada acto de creación que decidamos plasmar en nuestra vida se nos invita a observarnos y reconocer la calidad profunda de nuestra intención originaria. En la inconsciencia, la intención, disfrazada de creencia, genera confusión, dispersión, manipulación, división, características todas ellas que no son otra cosa que los tentáculos alargados de un ego enaltecido. El bálsamo de la humildad es el mejor remedio para reconocerse y percibir la realidad del ámbito vibratorio que estamos recreando. Aquí, con la presencia y aceptación plenas, con el silencio como íntimo compañero, la pureza nos invadirá. Mientras el ruido nos acongoje y nos impida escuchar el sonido de nuestra propia nota divina, silenciosa, única, estaremos muy lejos todavía de abrazar la belleza sinfónica de ese Ser maravilloso que somos y que nos canta en cada instante vital. Por todo ello, hemos de revisar con mimo y delicadeza nuestra pureza de intención. Reconocer en ella la vibración incondicional de un Amor sin límites, que no se enfrenta a nada, que no exige nada, que no se apega a nada, y simplemente Es.