Existía una sociedad llamada Espejo donde todo el mundo, sin saberlo, estaba condenado a mirarse a sí mismo. Ibas paseando por tu vida y, cada persona, cada acontecimiento con el que te encontrabas, te estaba hablando de ti. Sin embargo, en tu ceguera, tú seguías aferrado a la idea de que hablabas con otros, cuando la única y firme verdad es que, una y otra vez, no dejabas de hablar y ver otra cosa que no fueras tú. Bajo esta premisa vital, te subías constantemente al trono del orgullo, al compararte con otros y pensar que eras superior a ellos. Todo esto te llevaba a emitir juicios de valor sin medida que bajo la manta consistente de tu sistema de creencias tomabas como auténtica verdad, pero la realidad era bien distinta.
Metido en tu propio autoconvencimiento pensabas que vivías en un sitio al que denominabas país, al que atribuías una bandera como estandarte distintivo y que era alimento de ese trono de orgullo en el que te encontrabas firmemente asentado. Y continuabas sin verte, hipnotizado, perdido en la entelequia de la separación, del favoritismo, de lo bueno y lo malo. Pero, aun así, la sociedad Espejo no hacía otra cosa que hablarte de ti. Ibas por la calle y creías ver los anuncios publicitarios donde otras personas te mostraban lo que deberías tener, lo que deberías hacer, lo que deberías ser, pero, una vez más, todo era producto del juego. Un juego individualista donde te creías distinto, diferente, mejor. Permitiéndote así establecer las reglas del mismo como únicas, exclusivas, indiscutibles, y apartando a todo aquél que no estuviera en consonancia con las mismas. Así, sin apenas darte cuenta, empiezas a tomártelo todo en serio, dejas de divertirte, dejas de jugar. En definitiva, estás encerrado en un juego donde no te permites jugar.
Olvidado e inconsciente de tu naturaleza de jugador, sufres, y llegas incluso a dejar tu ficha abandonada en medio del tablero. Sigues pensando que son otros los que juegan por ti y gritas, pataleas, te quejas, despotricas, porque no te gustan los entresijos de una estructura creadora de la que eres total, absoluta y plenamente responsable. Y la sociedad Espejo continua su marcha inexorable, siempre presente, siempre mostrándote, jugando al juego del yo para que veas por fin que tú eres cada instante. Unos y otros irán y vendrán, múltiples espejos para cada aprendizaje. Tú, tan sólo tienes que aprender a mirar, para poder ver, en cada uno, que es tu alma la que está llamándote.