Una mujer, una mañana,
recibió una singular llamada,
era su corazón, el que avisaba.
Debía encontrar su alma perdida,
antes de despuntar un nuevo día,
pues si la noche caía
la luz desaparecería
y su ceguera sería tan grande
que, entre oscuridades,
caminar no podría.
Sus pasos, dubitativos,
no sabían avanzar,
pues lo desconocido temían.
Llegando el mediodía,
su sol, en todo su esplendor surgía,
transmitiéndole una fuerza
que en su desconfianza
jamás pensó que tendría.
Así, iluminada y con decisión,
supo que su alma era ella misma.
Al caer la tarde,
todo su Ser era alegría,
plena de satisfacción
observó la realidad vivida.
Aun quedando rescoldos
de ese miedo
que en el sobrevivir crecía,
ella se transformó,
la totalidad la poseía.
La noche llegó,
la oscuridad inundó el prisma,
pero todo era distinto
porque había descubierto
que su alma
era ella misma.