Transitaba por caminos luminosamente dorados, como baldosas de un país de Oz soñado. Todo era fluir, siguiendo los destellos de corazones acompañando. Pero tanto brilló, que se olvidó de que la luz del camino era su Ser equilibrado. Deslumbrado, quiso seguir, sin prestar atención a las señales que iban llegando, pues las baldosas, antes tan relucientes, lucían ahora apagadas en muchos de los tramos. La ceguera continuó y empezó a ver brillo donde la realidad era que estaba violentando su paso. Entonces llego el Stop, el amigo y compañero que cortó los senderos de golpe y porrazo. Allí donde la vista alcanzaba sólo veía líneas, que aunque también eran de luz, no dejaban otra opción que pararse un rato. Al pararse se observó y vio que la luz de las baldosas era la de su propio corazón reflejado. Un corazón que asfixiado de Amor se estaba agotando, puesto que la sombra de la confusión le había llevado a ofrecerse demasiado, cuando en realidad, de tanto dar, vacío se estaba quedando. Debía parar, dedicarse a recibir de sí mismo y de todos lados. El Stop fue el amigo necesario para recuperar su paso. De esta forma, el caminante, supo volver a fundirse con el ritmo de lo creado y ver de verdad que las baldosas seguían brillando.