Existe un pequeño yo que está junto a nosotros en el comienzo de nuestro tiempo. Ese pequeño yo, ahora demonizado, ahora convertido en el blanco perfecto de nuestra diana de culpabilidades, es, como no puede ser de otro modo, una parte nuestra, que, al igual que las demás, debemos amar. En sí mismo, y aunque muchos no lo crean así, es una expresión más de lo que somos, es una parte donde también está presente la totalidad de tu ser. Este pequeño yo es como la llave maestra necesaria para encajar las piezas de lo que llamamos personalidad. Es un instrumento divino creado para que podamos experimentar la individualidad que nos es propicia en esta dimensión de la materia en la que hemos elegido manifestarnos. La importancia de ese aporte egoico-individualista que nos regala el hecho de creernos únicos y diferentes separándonos de los demás, es tal que ni siquiera somos capaces de vislumbrarla.
Imaginaos que sois una esfera que no sabe que es una esfera. Sin embargo os halláis inmersos en la experiencia de creeros un punto de la misma, de tal modo que pensáis que no existe otro punto igual a vosotros, pero la esfera, es decir, lo que sois en realidad, está formada por infinitos puntos que, al igual que vosotros, se creen únicos, diferentes y separados de los demás, cuando eso es algo virtualmente imposible. Esta primera fase de consciencia de unicidad-separación es la que pasamos todos cuando nuestro pequeño yo hace su amoroso trabajo y nos acompaña hasta casi invadirnos por completo. Posteriormente, a medida que nuestra evolución consciencial nos capacita para ello, nos vamos haciendo conscientes de la Unidad que somos, la esfera, y de que no existe nada que esté separado de nosotros.
Lo que ocurre es que aún una amplia mayoría de la humanidad se encuentra inmersa en esa primera fase y, por tanto, aunque el pequeño yo ya hizo su labor forjando nuestra personalidad para que vivenciaramos una individualidad que no existe, el ser humano se escondió. Se resistió a reconocerse a sí mismo y usando el Ego de parapeto se convirtió en personaje (invadido de personalidad) perdiendo así la autenticidad de estar vivo. Aun así, la llama de la vida está presente en todos y cada uno debajo de esa armadura dorada llamada apariencia, y, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, por muy grueso que sea el armazón de nuestros miedos, un día se retirará. Y nuestro pequeño yo, nuestro ego, sintiéndose amado y reconocido por la inmensidad del Ser al que pertenece, desaparecerá, pues habremos dejado de ser punto, para ser esfera.
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